viernes, 6 de abril de 2012

209 UMPA.


El predicador era un hombre poco común.
La gente temblaba al verlo.
No se reía nunca,
y era inflexible en lo referente a sus prácticas ascéticas,
porque creía en el sufrimiento autoinfligido,
y era conocido por sus frecuentes ayunos
y por su pobreza al vestir,
verdaderamente llamativa en invierno.

Un día le confió al Maestro un íntimo dolor:
"He llevado una vida de abnegación
y he sido fiel a los preceptos de mi religión,
pero hay algo que se me escapa
y que no consigo saber lo que es.
Quizá lo sepas tú..."

El Maestro le miró con cierta dureza y le dijo:
"Sí, lo sé: el alma".

No hay comentarios:

Publicar un comentario