jueves, 10 de mayo de 2012

307 UMPA.


El Maestro reprendió a un discípulo que no hacía más
que meterse en problemas, por su compulsivo afán
de decir la verdad.

"¿Acaso no debemos decir siempre la verdad?",
protestó el discípulo.

"¡Claro que no! A veces es mejor ocultarla".

Instado a poner un ejemplo, el Maestro contó el caso
de aquella suegra que fue a pasar una semana a casa de su hija...
y se quedó un mes.

La joven pareja, finalmente, urdió un plan para librarse
de la buena señora:
"Esta noche, cuando yo sirva la sopa", dijo la mujer al marido,
"nos ponemos a discutir: tú dices que está muy salada,
y yo digo que está sosa; si mi madre te da la razón a ti,
yo me pongo furiosa y la echo de casa; si me da la razón a mí,
montas tú el número y la echas tú".

Se sirvió la sopa, se armó la marimorena, y la mujer
le dijo a su madre: "¿A ti qué te parece, mamá:
está la sopa sosa o salada?"

La señora hundió su cuchara en la sopa, se la llevó a los labios,
la probó cuidadosamente, hizo una pausa y dijo: "A mi me gusta".

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